Jeunes filles au balcon
Paul Verlaine
Le gynécée est l'appartement des femmes dans les maisons grecques et romaines de l'Antiquité. Entrons discrètement. Chuuuuut... ne les dérangeons pas, admirons leur beauté, leur intimité. Ce blog est dédié à la Femme dans toutes ses représentations : les arts, la littérature (en langue française et espagnole), l'histoire, etc... Toutes les femmes, célèbres ou anonymes, y sont invitées. Partageons cet espace, cet univers de fantasmes et de plaisir, jouons avec les mots, blogons...
Fragonard (1732-1806), Jeune fille au chien, 1770.
(Venez me voir à la pinacothèque de Munich).
Chien et chatte font bon ménage !!
Charles Bertony, La Gimblette, 1783, d'après Fragonard.
Gustave Courbet (1819-1877), Femme au chien, 1861-1862.
C'est Léonide Renaude, amie du peintre qui pose. Je suis au musée d'Orsay à Paris.
Un chien sans queue ne peut exprimer sa joie.
Proverbe albanais.
J.-F. Batellier.
Copla
Julio Romero de Torres pintó a la mujer morena
Con los ojos de misterio y el alma llena de pena
Puso en sus manos de bronce la guitarra cantaora
Y en su bordón hay suspiros y en su capa una dolora.
Morena
La de los rojos claveles
La de la reja florida
La reina de las mujeres
Morena
La del bordado mantón
La de la alegre guitarra
La del clavel español.
Como escapada de un cuadro y en el sentir de una copla
Toda España la venera y toda España la adora
Prenda con su taconeo la seguirilla de España
Y en sus cantares morunos en la venta de Eritaña.
Su última cita con la Historia pasa por la habitación 216 de un asilo andaluz. La Morena de la copla, la reina de las mujeres, la del bordado mantón, la del clavel español, la que prestó su rostro a los casi 1.000 millones de billetes de 100 pesetas en la posguerra, apura el fin de su existencia perseguida por sus recuerdos, con el único consuelo de las hermanas salesianas del Sagrado Corazón de Jesús. Ellas, las afanosas monjitas, son las encargadas de cuidar a la penúltima modelo viva que queda de las decenas que se prestaron voluntariamente para ser retratadas a principios del siglo pasado por el inmortal pintor cordobés Julio Romero de Torres. Y, sin duda, María Teresa López es la más famosa de todas. Ella es La Chiquita piconera, la adolescente que se calienta los pies en un brasero lleno de trozos de carbón; La Fuensanta que nos miraba a todos desde aquellos billetes de banco marrones; La mujer morena de la copla y blanco de todas las maledicencias populares de aquella España perdedora y castigadora de sus ídolos. La encontramos el pasado 11 de septiembre 2002, celebrando su 89 cumpleaños en el comedor del Hospital de San Sebastián, una cuidada y bonita residencia de ancianos regentada por las religiosas salesianas en el centro del pueblo cordobés de Puebla del Río. Aunque la edad haya ajado su memoria y su cabello sea blanco, su presencia permanece intacta, posando para las fotos serenamente, sin apenas un movimiento, como le gustaba al pintor tenerla por las tardes en su estudio hace más de 70 años. A pesar de que la televisión y todos los periódicos sólo hablen estos días de lo que ocurrió en Estados Unidos hace un año, María Teresa, la auténtica Piconera, pide también su espacio, porque el 11de septiembre ya existía en el calendario antes de que los aviones surcaran el cielo... La primera luz que vio aquel día de 1913 fue la del rancho que su padre, Inocencio, tenía en las cercanías de Buenos Aires. Hasta allí había llegado en compañía de su esposa Teresa a “hacer las américas”, como se decía entonces, e invertir la sustanciosa cantidad de dinero que había heredado de su familia. Los recuerdos de María Teresa se funden entre verdes e inmensos prados, caballos salvajes, un jardín lleno de flores y una madre que la llama “india brava” porque era incapaz de estarse quieta. La Primera Guerra Mundial acabó con la prosperidad del país suramericano y la familia volvió a su tierra natal cuando nuestra protagonista acababa de cumplir los siete años. Regresaron a bordo del transatlántico Reina Victoria Eugenia y la travesía hasta Cádiz duró tres semanas. Se instalaron en la casa de su abuela paterna, en el castizo barrio cordobés de San Pedro, no muy lejos de la Plaza del Potro, donde Julio Romero de Torres –ya un pintor consagrado– tenía unidas su casa y su estudio. Objeto de deseo. La relación entre las dos familias no tardó en nacer –las dos eran clanes de señoritos– y la cándida belleza de María Teresa –delgadita, morena, con grandes ojos negros que la hacían parecer mayor– no pasó inadvertida para el pintor, obsesionado por plasmar en sus lienzos a toda mujer –o proyecto de mujer– que cumpliera con los cánones iconografiados por sus críticos y clientes. Una tarde de invierno, a los pocos meses de llegar a Córdoba, Margarita, la mandadera que servía en casa de los Romero, cogió a Teresa de la mano y se la llevó directamente al estudio de Julio. “Vamos niña, que te voy a presentar a un señor muy importante amigo de tu padre que te quiere conocer”, le dijo a modo de introducción. “Eres muy guapa. Ven las tardes que puedas si quieres que te pinte”, le dijo él sin más preámbulos. Le pagaba tres pesetas por sesión, por quedarse inmóvil durante horas. Y así fueron pasando los años. Julio estaba la mayor parte del tiempo en Madrid y sólo volvía a Córdoba en fechas señaladas para estar junto a su familia y pintar a sus “modelos fijas”. María Teresa era una de ellas. En cada encuentro el pintor le decía “¡Cómo has crecido niña!” y la llamaba para posar todas las tardes que pudiera... Pero un día, el hombre se dio cuenta de que “la niña” había crecido demasiado y su fascinación por ella empezó a transformarse en ese oscuro objeto de deseo que asola a los hombres maduros y mujeriegos. “Un verano noté que estaba nervioso. Entonces llegaba hasta mí y me estrujaba tanto que me hacía daño. Yo no me encontraba a gusto a pesar de que todavía era una niña y no sospechaba la razón de esos extraños abrazos. De repente, un día me propuso que me fuese a Madrid y que él me colocaría como modelo fija o de corista en algunas compañías de esas de variedades que tanto gustaban en la época. Como no sabía de lo que me hablaba no le hice caso. Pero empecé a tomarle miedo. Cuando nos quedábamos solos yo temblaba y estaba deseando que llegase alguien de la familia. No sabía por qué, pero no me gustaba...”, cuenta la propia María Teresa en unas memorias manuscritas inéditas a las que ha tenido acceso Magazine. El acecho real comenzó cuando la muchacha había cumplido ya los 14 años. “Conforme pasaba el tiempo me fui dando cuenta de lo que verdaderamente quería de mí. A partir de ese momento y hasta su muerte, tres años después, casi no pintó a otras porque estaba obsesionado por poseerme. Por eso me pintaba una y otra vez, a ver si había una ocasión y a la fuerza lo conseguía. Cada vez que nos quedábamos solos me atacaba como un loco. Muchos días me rompió los tirantes de la combinación cuando salía corriendo del estudio... No me atreví a decírselo a mi padre para evitar un escándalo, porque él tenía negocios con el hermano de Julio, Enrique, y seguí acudiendo a posar, rezando para que su familia no lo dejase solo conmigo. Afortunadamente creo que su mujer se dio cuenta de algo y siempre estaba al acecho, entrando al estudio con cualquier disculpa y poniéndole a él de mal humor”, continúa narrando María Teresa en sus memorias. En 1929, los médicos le diagnosticaron al pintor una grave dolencia hepática –las malas lenguas dicen que una cirrosis fruto de sus insaciables correrías durante su vida bohemia– y Julio Romero de Torres decidió regresar a Córdoba para tratar de recuperar la salud al cuidado de su familia. Sus postreros cuadros, entre ellos el de La Chiquita piconera –el último de toda su extensa obra–, los pintó prácticamente en su dormitorio, el único lugar en el que ya no se atrevió a acosar a su adolescente musa. La obra, considerada por los críticos como el testamento pictórico del artista cordobés, la concluyó entre enero y febrero de 1930, tres meses antes de su muerte, acaecida el 10 de mayo a los 55 años.
http://www.el-mundo.es/magazine/2002/156/1032451004.html
María Teresa López a los 89 años (año 2002).
Le peintre de la femme. Tout dans le regard et dans le suggéré.
Je n'ai pas d'ennemis. Je les ai tous fusillés.
Ramón María de Narváez (1800-1868), militaire et homme politique espagnol, créateur de la Garde Civile. On lui prête cette citation lors de sa confession sur son lit de mort.
Solitude partagée ?
Edward Hopper (1882-1967) est un peintre américain, principalement connu pour ses descriptions réalistes de la solitude dans la vie contemporaine des américains.
Et quel est le nom de cette femme qui pose pour ce peintre universellement célèbre mais qui n'est guère connu pour ce type de peinture ?
(Des détails trahissent la main du peintre.)
Comme je suis bonne, je vous donne un indice. Le peintre est également l'auteur de cette toile de 1784 qui s'intitule "Hercule et Omphale".
Mais qui ne connait pas Hercule ?
Héraclès et Hercule désignent le même héros de la mythologie grecque, Hercule étant le nom latin, Héraclès le nom grec. Bien que les deux mythologies rapportent des récits relativement identiques, l'Hercule latin se montre parfois moins violent que son alter ego grec ; il connaît aussi quelques aventures spécifiques.
Hercule est fils de Zeus et d'une mortelle. Demi-dieu, il fut l'un des héros parmi les plus vénérés et se rendit célèbre pour les douze travaux qu'il a accomplis. Tout bébé il était déjà très fort : il tua deux serpents qui étaient venus pour l'étouffer. Son arme favorite était la massue mais il utilisait aussi son arc.
Dans la mythologie grecque, Omphale, fille d'Iardanos, est l'épouse de Tmolos (l'un des premiers rois de Lydie).
Elle hérite du trône à la mort de son mari. Héraclès, en voyageant, s'arrêta chez cette princesse, et fut si épris de sa beauté qu'il oublia sa valeur et ses exploits pour se livrer aux plaisirs de l'amour.
Tandis qu'Omphale, couverte de la peau du lion de Némée, tenait la massue, Héraclès, habillé en femme, vêtu d'une robe de pourpre, travaillait à des ouvrages de laine, et souffrait qu'Omphale lui donnât quelquefois de petits soufflets avec sa pantoufle.
(Lucien, Comment il faut écrire l'histoire, X)
Elle achètera Héraclès comme esclave et lui fera porter des vêtements de femme. Le héros tuera, pour son compte, le brigand Sylée ainsi que le serpent monstrueux qui ravageait la région et détruira la cité des Itones. Héraclès eut d'Omphale un fils nommé Agésilas, d'où l'on fait descendre Crésus.
J'offre au gagnant ou à la gagnante une de mes photos coquines ! Interdit de tricher.
Dernier indice : ce n'est pas Ingres car il n'y a pas de violon.
L'homme est transcendance : ce qu'il réclame, il ne le réclame que pour le dépasser.
Simone de Beauvoir, Pour une morale de l'ambiguité.