mardi, octobre 25, 2005

La chiquita piconera

Julio Romero de Torres

María Teresa López tenía 16 años cuando fue retratada por Julio Romero de Torres en su último cuadro, “La Chiquita piconera”, que a la postre fue su testamento pictórico, según sus críticos.

Copla

Julio Romero de Torres pintó a la mujer morena

Con los ojos de misterio y el alma llena de pena

Puso en sus manos de bronce la guitarra cantaora

Y en su bordón hay suspiros y en su capa una dolora.

Morena

La de los rojos claveles

La de la reja florida

La reina de las mujeres

Morena

La del bordado mantón

La de la alegre guitarra

La del clavel español.

Como escapada de un cuadro y en el sentir de una copla

Toda España la venera y toda España la adora

Prenda con su taconeo la seguirilla de España

Y en sus cantares morunos en la venta de Eritaña.

Su última cita con la Historia pasa por la habitación 216 de un asilo andaluz. La Morena de la copla, la reina de las mujeres, la del bordado mantón, la del clavel español, la que prestó su rostro a los casi 1.000 millones de billetes de 100 pesetas en la posguerra, apura el fin de su existencia perseguida por sus recuerdos, con el único consuelo de las hermanas salesianas del Sagrado Corazón de Jesús. Ellas, las afanosas monjitas, son las encargadas de cuidar a la penúltima modelo viva que queda de las decenas que se prestaron voluntariamente para ser retratadas a principios del siglo pasado por el inmortal pintor cordobés Julio Romero de Torres. Y, sin duda, María Teresa López es la más famosa de todas. Ella es La Chiquita piconera, la adolescente que se calienta los pies en un brasero lleno de trozos de carbón; La Fuensanta que nos miraba a todos desde aquellos billetes de banco marrones; La mujer morena de la copla y blanco de todas las maledicencias populares de aquella España perdedora y castigadora de sus ídolos. La encontramos el pasado 11 de septiembre 2002, celebrando su 89 cumpleaños en el comedor del Hospital de San Sebastián, una cuidada y bonita residencia de ancianos regentada por las religiosas salesianas en el centro del pueblo cordobés de Puebla del Río. Aunque la edad haya ajado su memoria y su cabello sea blanco, su presencia permanece intacta, posando para las fotos serenamente, sin apenas un movimiento, como le gustaba al pintor tenerla por las tardes en su estudio hace más de 70 años. A pesar de que la televisión y todos los periódicos sólo hablen estos días de lo que ocurrió en Estados Unidos hace un año, María Teresa, la auténtica Piconera, pide también su espacio, porque el 11de septiembre ya existía en el calendario antes de que los aviones surcaran el cielo... La primera luz que vio aquel día de 1913 fue la del rancho que su padre, Inocencio, tenía en las cercanías de Buenos Aires. Hasta allí había llegado en compañía de su esposa Teresa a “hacer las américas”, como se decía entonces, e invertir la sustanciosa cantidad de dinero que había heredado de su familia. Los recuerdos de María Teresa se funden entre verdes e inmensos prados, caballos salvajes, un jardín lleno de flores y una madre que la llama “india brava” porque era incapaz de estarse quieta. La Primera Guerra Mundial acabó con la prosperidad del país suramericano y la familia volvió a su tierra natal cuando nuestra protagonista acababa de cumplir los siete años. Regresaron a bordo del transatlántico Reina Victoria Eugenia y la travesía hasta Cádiz duró tres semanas. Se instalaron en la casa de su abuela paterna, en el castizo barrio cordobés de San Pedro, no muy lejos de la Plaza del Potro, donde Julio Romero de Torres –ya un pintor consagrado– tenía unidas su casa y su estudio. Objeto de deseo. La relación entre las dos familias no tardó en nacer –las dos eran clanes de señoritos– y la cándida belleza de María Teresa –delgadita, morena, con grandes ojos negros que la hacían parecer mayor– no pasó inadvertida para el pintor, obsesionado por plasmar en sus lienzos a toda mujer –o proyecto de mujer– que cumpliera con los cánones iconografiados por sus críticos y clientes. Una tarde de invierno, a los pocos meses de llegar a Córdoba, Margarita, la mandadera que servía en casa de los Romero, cogió a Teresa de la mano y se la llevó directamente al estudio de Julio. “Vamos niña, que te voy a presentar a un señor muy importante amigo de tu padre que te quiere conocer”, le dijo a modo de introducción. “Eres muy guapa. Ven las tardes que puedas si quieres que te pinte”, le dijo él sin más preámbulos. Le pagaba tres pesetas por sesión, por quedarse inmóvil durante horas. Y así fueron pasando los años. Julio estaba la mayor parte del tiempo en Madrid y sólo volvía a Córdoba en fechas señaladas para estar junto a su familia y pintar a sus “modelos fijas”. María Teresa era una de ellas. En cada encuentro el pintor le decía “¡Cómo has crecido niña!” y la llamaba para posar todas las tardes que pudiera... Pero un día, el hombre se dio cuenta de que “la niña” había crecido demasiado y su fascinación por ella empezó a transformarse en ese oscuro objeto de deseo que asola a los hombres maduros y mujeriegos. “Un verano noté que estaba nervioso. Entonces llegaba hasta mí y me estrujaba tanto que me hacía daño. Yo no me encontraba a gusto a pesar de que todavía era una niña y no sospechaba la razón de esos extraños abrazos. De repente, un día me propuso que me fuese a Madrid y que él me colocaría como modelo fija o de corista en algunas compañías de esas de variedades que tanto gustaban en la época. Como no sabía de lo que me hablaba no le hice caso. Pero empecé a tomarle miedo. Cuando nos quedábamos solos yo temblaba y estaba deseando que llegase alguien de la familia. No sabía por qué, pero no me gustaba...”, cuenta la propia María Teresa en unas memorias manuscritas inéditas a las que ha tenido acceso Magazine. El acecho real comenzó cuando la muchacha había cumplido ya los 14 años. “Conforme pasaba el tiempo me fui dando cuenta de lo que verdaderamente quería de mí. A partir de ese momento y hasta su muerte, tres años después, casi no pintó a otras porque estaba obsesionado por poseerme. Por eso me pintaba una y otra vez, a ver si había una ocasión y a la fuerza lo conseguía. Cada vez que nos quedábamos solos me atacaba como un loco. Muchos días me rompió los tirantes de la combinación cuando salía corriendo del estudio... No me atreví a decírselo a mi padre para evitar un escándalo, porque él tenía negocios con el hermano de Julio, Enrique, y seguí acudiendo a posar, rezando para que su familia no lo dejase solo conmigo. Afortunadamente creo que su mujer se dio cuenta de algo y siempre estaba al acecho, entrando al estudio con cualquier disculpa y poniéndole a él de mal humor”, continúa narrando María Teresa en sus memorias. En 1929, los médicos le diagnosticaron al pintor una grave dolencia hepática –las malas lenguas dicen que una cirrosis fruto de sus insaciables correrías durante su vida bohemia– y Julio Romero de Torres decidió regresar a Córdoba para tratar de recuperar la salud al cuidado de su familia. Sus postreros cuadros, entre ellos el de La Chiquita piconera –el último de toda su extensa obra–, los pintó prácticamente en su dormitorio, el único lugar en el que ya no se atrevió a acosar a su adolescente musa. La obra, considerada por los críticos como el testamento pictórico del artista cordobés, la concluyó entre enero y febrero de 1930, tres meses antes de su muerte, acaecida el 10 de mayo a los 55 años.

http://www.el-mundo.es/magazine/2002/156/1032451004.html

María Teresa López a los 89 años (año 2002).



Todos deseamos llagar a viejos; y todos negamos que hemos llegado.

Nous désirons tous atteindre la vieillesse et nous refusons tous d'y être parvenus.
Francisco de Quevedo (1580-1645)
Le temps passe et détruit tout ce qu'il touche, du désir au plaisir, de l'amour à la passion.
Michel Onfray

La vieillesse (il faudrait dire 'les outrages du temps et de l'usure' !) c'est donc la victoire absolue de 'l'entropie ! Le deuxième principe de la thermodynamique de Carnot démontre en effet l'oxydation irréversible des êtres vivants, de la matière en général (même les clous rouillent...) et leur cheminement vers la mort, mort de nos cellules, mort de notre esprit donc... Mourir n'est pas la question, mais vieillir !...
Et pourtant François Mauriac veut nous convaincre du contraire :
La jeunesse plus forte que le temps, la jeunesse immarcescible.

('immarcescible'...., mot vieilli, désuet et pourtant plein de jeunesse selon lui !!??)